viernes, 18 de octubre de 2019

La revolución de los idiotas Por Guillermo Del Valle Alcalá

La revolución de los idiotas 

Por Guillermo Del Valle Alcalá 

Una foto inmortaliza el instante: un rider de Uber Eats trata de pasar entre las barricadas de la identidad. Está ocurriendo. Barcelona, España. El capitalismo más salvaje campa a sus anchas, imperceptible para los devotos de la frontera.
Porque de eso va, una vez más, este asunto. De fronteras imaginarias, no aquellas otras que, mal que bien, aceptaron las revoluciones democráticas como decantaciones históricas – arbitrarias, potencialmente superables en un mañana más justo, sí – cuya funcionalidad imperativa tenía validez, pues era la de garantizar dentro de las mismas unidades de justicia y distribución donde se ejercieran derechos y no se reverenciaran mitologías. Las otras fronteras, las étnicas, las de la pureza de sangre, las que asolaron a sangre y fuego medio mundo, para cualquier ser humano limpio de mente son el último eslabón de la indignidad. Por eso sueña con ellas una ideología tan obscena y nauseabunda como el nacionalismo.
El fuego y las barricadas, dicen algunos despistados, son los símbolos de otra Semana Trágica. Pero como dijo Marx, la segunda vez la Historia siempre se repite como farsa. No hay obrerismo aquí, sólo nacionalismo. Y es que las barricadas de la identidad son tan ajenas a cualquier reivindicación social que, ante los ojos de sus fieles, los derechos del explotado rider que trataba de abrirse paso entre las mismas para ganarse una ínfima retribución no son ya secundarios, sino directamente inexistentes.
La prioridad de los manifestantes, espoleados por un gobierno derechista y neoliberal que con una mano les pide que aprieten y con otra les reprime, es hacer sonar bien fuerte la voz del supremacismo tribal: nosotros frente a los otros. No porque seamos de una clase social oprimida o subalterna y luchemos por unos derechos, sino porque nacimos aquí o allá y eso nos hace diferentes, mejores, hasta tal punto de creernos ungidos de la escalofriante potestad de privar a millones de personas de sus derechos, de la condición de posibilidad para ampliar esos derechos. Ya saben: la indignidad de tener el alma controlada por la geografía, como dijo Santayana. Como participamos de una especial identidad, podemos romper el Estado, privatizando lo que es de todos, el territorio político. El privilegio frente a la igualdad. La reacción en marcha.
No hay nacionalismo de izquierdas, aunque en el erial de la falsa izquierda española se siga buscando, como aguja en un pajar, semejante imposible. Porque el nacionalismo es ontológicamente reaccionario. Una ideología enemiga del concepto de clase social, de cualquier reclamación de índole social, de cualquier noción redistributiva. Una ideología que sueña con ciudadanos convertidos en extranjeros, que entiende que un andaluz o un extremo no se merecen la solidaridad y la redistribución de un catalán o un vasco. Algo tan aberrante solo puede estar a la altura moral de la Liga Norte. A la altura del subsuelo, donde la degradación ética todo lo invade. De una liga norte en sentido amplio, la liga norte de allí – hoy Lega, la de Salvini, ya saben, el socio de Vox que apoya a nuestros racistas locales – y la de aquí. Porque en eso, en la querencia reaccionaria, no hay fronteras que valgan.
El supremacismo y el racismo étnico no pueden admitir condenas asimétricas, un no a Salvini pero un sí a Torra. Al menos si nos tomamos mínimamente en serio la hermosa proclama de la Internacional, esa que algunos amnésicos, autodenominados de izquierdas, desprecian cada día: el género humano es la Internacional. La Internacional nacionalista solo cabe en la cabeza de un psicópata, o en la de un impostor. Pueden elegir.
La superstición a la que se apela resulta ya totalmente inútil: seduzcámoslos, nos dicen. Seducir a los que anhelan un apartheid contemporáneo es una idea aberrante. Porque a quien desprecia los más desfavorecidos, al que practica un infame supremacismo para con sus iguales, a quien no quiere redistribuir con los demás españoles esgrimiendo un discurso de pureza étnica, al reaccionario en definitiva, no se le puede rendir pleitesía. Hay que combatirle política e ideológicamente, sin titubeos.
Mientras ignoran la precariedad a la que contribuyen sus políticas neoliberales, mientras implementan recortes sociales brutales y privatizaciones por doquier, mientras saquean las arcas públicas para construir su alambrada étnica, trabajan contumazmente contra cualquier noción de internacionalismo y solidaridad. Exigiendo, en el culmen de la hipocresía, impunidad. Como los peores potentados de la Historia, el estatus de intocables. Así son los devotos de la identidad. Lo peor de la peor derecha. Pero lo peor no es esa derecha nacionalista y racista que ha tomado las calles. Lo peor, lo más triste, es que unos descerebrados usurparon la izquierda para justificar sus desmanes, y hoy todos sufrimos las consecuencias del despropósito.
¿Revolución? Será la revolución de los idiotas. No olvidemos la magistral canción de Georges Brassens: todos los idiotas han nacido en alguna parte.
Fuente:
(https://diario16.com/la-revolucion-de-los-idiotas/)

jueves, 3 de octubre de 2019

Golosina de criminales Por Francisco Silvera




24 horas - Golosina de criminales


Por Francisco Silvera - 03/10/2019 

Mientras se debate sobre un Sistema Educativo, el oscurantismo gana. Ya saben que mi técnica de análisis es voluntariamente burda, ampliar para ver mejor y rascar la excrecencia. Por supuesto que debemos hablar sobre ello, pero la clave de que ese “sistema” funcione tiene mucho que ver con la naturaleza de los conceptos enseñados por los enseñantes… Sin trabalenguas: no consiste en intermediar entre el discente y el libro de texto, a veces precisamente la labor profesoral es la contraria, desmontar lo que dice ese libro de colegio, también conocido como “tradición”.

Ahora que vienen las elecciones confirmo la tesis que voy defender hoy una vez más: el Estado son ellos. Mientras en los colegios e institutos se enseñe toda esa basura ideológica de España o Catalunya, sólo debemos arrojarnos a la cara el interior de los cubos para tener razón. La idea de Estado me molesta o lo mismo o más que la de una monarquía: este lavado de cerebro que impartimos en las clases como Historia no es más que una gigantesca trola encaminada a justificar las luchas que por intereses privados han mantenido un grupo de privilegiados… eso sí, a veces heroicos, intelectualmente elaborados (como las carnes mechadas) y luchadores en el guion de sagas más interesantes que la mayor parte de las series que conocemos.

Hace falta ser muy tonta, tontísimo, para no ver cómo se ha reactivado el “asunto catalán” en 24 horas, justo el tiempo en el que la convocatoria electoral ya no tenía remedio. Somos víctimas de esta patulea de irresponsables históricos que van a terminar generando el capítulo de los libros futuros sobre las nuevas guerras de independencia.

Por supuesto que me creo que los espías catalanes han colaborado, por supuesto que me creo que los políticos españoles pescan el voto en la confrontación, por supuesto que los espías nacionales construyen pruebas estratégicas organizadas por la política, por supuesto que me creo que la sentencia puede estar mediatizada, por supuesto que me creo que haya jueces dependientes e independientes… por creer creo hasta la posibilidad de que todos se hayan reunido para pactar un 155 y que gane el mejor, como caballeros, porque todos tienen algo que sacar incluso para justificar una derrota.

Yo me creo todo y nada me creo. No tengo el horizonte de mi vida en la idea de España y su futuro, pero siguiendo el argumento consecuentemente ¿de verdad la de Catalunya como entidad histórica es superior en algún sentido a la basura hispana citada? ¿Ese horizonte está más justificado? Me da igual lo uno o lo otro, en ambos casos yo (usted) sería sólo una pieza reemplazable para unos idiotas que pretenden dirigir la ficción (mientras obtienen beneficios monetarios, políticos, psicológicos, etc.) de lo que significa un país.

Un país no es más que un marco jurídico. Llamar Cultura a las tradiciones es exageración, eso de la unidad en el destino me huele a nazi venga de dónde venga. Siéntase como le dé la gana pero ¿no ven que nos están manipulando? Yo calificaría como paso, en una dirección mejor, al hecho de superar la noción de patria, pueblo o nación en las aulas, eso nos obligaría redefinir el Estado. Si regolfamos a la idea ilustrada de la ciudadanía (incluso de Voluntad General), con los papeles en la mesa: no ha existido Estado hasta que los gobiernos ha sido decididos por esa ciudadanía soberana.

Esto es, con perspectiva, y no es la primera vez que lo escribo, la historia de los Estados europeos se limitaría a una media de 100 años, exagerando mucho (recordemos a las sufragistas), porque de ahí hacia atrás la narración histórica es la de un crimen organizado sistemático; la Iglesia, la Nobleza y buena parte de las fortunas actuales deberían estar agradecidas de que la memoria histórica real no exista. ¿Son nuestros Estados la deriva de esa injusticia? Vale, pero sea el pragmatismo, nunca volver a repetir errores tales como los nacionalismos, golosina de criminales.

Es por ello que mientras debatamos la burocratización de la Enseñanza en vez de promover a docentes críticos que lleven a reflexionar a las olas de juventudes que se incorporan a la vez que morimos otras, los mismos vencen una y otra vez porque están consolidando la esencia del conservadurismo, o sea: que el cambio no es posible y que siempre ha sido, es y será todo igual…

El Humanismo: la no violencia, el conocimiento, el castigo sin opción vinculado a la rendención, la dignidad humana individualizada y la libertad de expresión, la protección de los inocentes… son la solución. Lo cierto, empero, es que por lo que veo quizá me angustio atinadamente… porque si algo parece sacar uno en claro estudiando Historia es que la maldad gana siempre.

( Fuente: https://diario16.com/24-horas/ )

EL MALEFICIO DE LA DUDA

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POR AMOR AL ARTE